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martes, 10 de mayo de 2011

CHINCHÓN: EL "CIRCUS" ROMANO

Con esta historia, mejor dicho, con esta leyenda, se incia el libro “Chinchón Mágico” El autor anónimo fecha la historia en el año 120 de nuestra Era. Emilio Fausto era centurión de la cohorte que mandaba Aurelio y que había acampado en Titultia, asentamiento en la calzada que comunicaba Emérita Augusta (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza).
Nuestro protagonista, hombre de confianza del general romano, se desposó con una joven llamada Emilia. Es una breve, pero tierna historia de amor que tuvo lugar en las tierras de Chinchón.
Pero lo más sorprendente de este relato es que, en tiempos de los romanos, se construyó lo que ellos llamaban una "domus aquae" o casa del agua, es decir, una serie de aljibes para recoger las aguas. Su ubicación: donde se encuentra actualmente el castillo.
En diversas historias consultadas se habla de la existencia de estos aljibes, aunque siempre se había pensado que estaban construidos al tiempo que el primitivo castillo, anterior al de los Señores de Chinchón. Después de leer este relato consulté con estudiosos y personas entendidas quienes han reconocido que las grandes piedras utilizadas para la formación de la parte baja de la construcción son más grandes que las que generalmente se utilizaban en las edificaciones de la Edad Media, y que, por lo tanto, no sería descabellado admitir que estas piedras tuvieran un origen romano. En este caso, los sucesivos castillos se fueron construyendo sobre la antigua edificación romana que les habría servido como cimientos.



Año 120
El “Circus” romano.

Aurelio había escogido ese lugar, en la ribera del río, para que su cohorte fundase su campamento con el fin de montar un servicio de protección y vigilancia de la calzada que unía dos de las ciudades más importantes de Iberia.
Había encomendado a Emilio Fausto, su fiel centurión y amigo, que se encargase de buscar en la comarca lugares para fundar asentamientos de población que inevitablemente se iban constituyendo cerca de los campamentos militares.
Con una partida de diez soldados de escolta se adentró por una fértil vega surcada por un rió que los lugareños llamaban Tajuña. En los montes cercanos que él llamó "El Salitral" debido a que en ellos resaltaban las formaciones de salitre, encontró vestigios de poblaciones autóctonas antiguas que habían habitado las cuevas que jalonaban las faldas de los montes.
A lo largo de la ribera del rió se fueron creando pequeños asentamientos de población que se ocupaban en cultivar las tierras de la vega. Pasaron unos años y los lugareños empezaron a abandonar estos asentamientos debido a que la proximidad al campamento romano y a la vía que llegaba hasta las Galias ocasionaba no pocos inconvenientes como los continuos saqueos de sus graneros y sobre todo las enfermedades que les contagiaban los viajeros que por allí circulaban. Todo ello aconsejaba alejarse del peligro.
Nuevamente Emilio Fausto recibió el encargo de inspeccionar los asentamientos que se habían ido formando ampliando el radio de sus expediciones en dos o tres leguas.
Dejando atrás la vega y las montañas que la circundaban, en las que sólo crecían matojos de esparto, llegó a una meseta en las que abundaban los viñedos, los cereales y los olivos. Después otros promontorios de jaras, carrascas y arbustos, salpicados con la nota amarilla de las aulagas. Y de nuevo una gran extensión de tierras en barbecho para sembrar cereales, en la que se debían de dar muy bien el trigo, la cebada y el centeno... y más viñas y olivos.
En plena meseta encontró una gran explotación apícola de donde consiguió unas vasijas llenas de miel para su general Aurelio.
Ya de vuelta hacia el campamento, al iniciar el descenso de la meseta, vio cómo un sinfín de arroyuelos manaban por la falda de las montañas formando fuentecillas que confluían en un arroyo que se deslizaba entre peñas y matorrales.
Varias edificaciones con la base de piedra y las paredes de adobe, con tejados de troncos y ramas, debían de ser los graneros. También había cercados para guardar el ganado, principalmente cabras y ovejas, que ahora pastaban junto a los arroyos.
Varias chozas de barro y cañas salpicaban las laderas escalonadas hasta una especie de plataforma casi circular, en forma de cincho o herradura, rodeada por tres montañas. A la mente se le vino la imagen de un circo romano. Aquí en el centro, pensó, la arena, a su alrededor las gradas para el pueblo.
Bajó de su caballo, se puso en el centro de la explanada y contempló el paisaje. Los labriegos se escondían tras las puertas de sus míseras casuchas, mirando, desconfiados a aquellos soldados de los que, por experiencia, no podían esperar nada bueno.
El que parecía ser el jefe de la población salió de una edificación que sobresalía de entre las demás. Anchas paredes de barro mezclado con paja de trigo sustentaban un armazón de madera. Tenía dos pisos. En la planta baja debían de estar las cuadras para el ganado; en la parte superior, a través de una ventana, se podía adivinar una estancia amplia que serviría para sala de estar y dormitorio de sus moradores. Cerca de la puerta, un horno en el que las brasas, aún humeantes, denunciaban que se debía haber cocido el pan. Se fue acercando a él de forma cautelosa y le preguntó el motivo de su visita.
El centurión le tranquilizó y le informó del encargo que había recibido del General Aurelio de buscar emplazamiento para un nuevo asentamiento civil más lejano del campamento militar y así evitar los riesgos que ello conllevaba.
El plebeyo le habló de la gran abundancia de agua en esa zona y la calidad de las tierras para el cultivo de los cereales. Después le indicó el camino más corto para llegar hasta Titultia, siguiendo el cauce del arroyuelo que pasando por un pequeño valle iría a desembocar en el rió que ya conocía y estaba muy cerca de su destino.
Cuando emprendió su camino, al volverse para saludar al aldeano, divisó junto a él a una joven de negros cabellos... Su imagen le acompañó todo el camino de regreso.
Informó a Aurelio de su descubrimiento y le ofreció la miel y racimos de uvas que había recogido en el camino.
Le hizo tal descripción de su "Circus romanus" que Aurelio, picado por la curiosidad prometió una visita para inspeccionarlo personalmente.
- " No obstante, le dijo a su centurión, ya sabes que lo normal es fundar los asentamientos junto a los ríos para garantizar que no falte el agua... pero si es verdad que hay tal cantidad de fuentes y manantiales... será cuestión de hacer una inspección con todo detalle..."
A Emilio Fausto realmente le había gustado el paraje... pero en el fondo de su alma tenía que reconocer que el atractivo era mayor cuando recordaba la visión de aquella joven plebeya de negros cabellos.
En su condición de centurión romano podía conseguir, si se lo proponía, la mujer que quisiese. Aurelio era partidario de que sus soldados no se mezclasen con la plebe, lo que siempre terminaba por crear problemas, pero él no podía olvidar aquellos ojos que casi adivinó detrás del hombre que parecía ser el jefe de aquel pequeño núcleo rural.
Durante las semanas siguientes fueron numerosas las visitas que Emilio Fausto hizo a aquellos territorios con la excusa de hacer unos planos con la ubicación exacta de todos los manantiales y una relación de los cultivos, así como un censo de la población existente... El verdadero motivo, no confesado, era volver a ver a aquella joven...
Se enteró, ¡que coincidencia! que su nombre era Emilia. En un principio ella fue reacia a entablar conversación con él... poco a poco la joven plebeya fue confiándose a aquel apuesto romano y, sin duda por las maniobras del dios Cupido, en sus ojos empezó a brillar la chispa del amor...



Cuando Aurelio hizo su visita de reconocimiento quedó impresionado por toda la zona. Compró toda la producción de miel, por su gran calidad. Desde entonces, aquel paraje se empezó a conocer como el "Colmenar de Aurelio"
El "Circum" de su centurión verdaderamente tenía atractivo.
Una de las tres colinas que bordeaban la explanada, la situada al suroeste, desde la que se podía dominar toda la llanura que se extendía hacia Titultia, podría ser la ubicación ideal para construir la "domus accuae" o casa del agua. Allí se podrían construir unos grandes aljibes que servirían para recoger el agua de todos los veneros y así garantizar el suministro en épocas de sequía.
Cerca de las colmenas de las abejas había advertido la existencia de unas canteras que proporcionarían la piedra necesaria para formar los cimientos y arcadas de los aljibes. La parte superior se construiría con argamasa y ladrillos de tierra rojiza que era abundante en los cerros cercanos.
El centurión pidió a su amigo que le liberase de su cargo y le encomendase la vigilancia de la construcción que se iba a iniciar en el "Circum". Así trasladó hasta allí su residencia y con el permiso del plebeyo desposó a su hija Emilia con la que vivió unos años de bucólica felicidad mientras se iba construyendo la "Casa del Agua".
Mandó construir para ellos una villa en la colina cercana. Era una casa de campo al estilo romano. Tenía un gran patio interior rodeado de un "peristilo" o galería de columnas de piedra. Todas las estancias de la villa daban a este patio.
Las estancias se dividían en dos grupos: la llamada "pars urbana" donde residían él y su esposa, y la "pars rústica" destinada a almacenes, bodegas, prensas y otros servicios.
La zona residencial tenía salas muy lujosas, como el "triclinium", un comedor espaciosos y amueblado con una especie de camas o sofás en donde se reclinaban los comensales para comer.
Disponía también de una sala de baños con agua templada o "templarium" y una sala doble de baños calientes que llamaban "caldarium".
También dispuso que se construyese una sala especial para recibir a invitados ilustres, puesto que eran frecuentes las visitas de Aurelio.



Pasaron los años y la historia de amor terminó trágicamente. Emilia murió de unas fiebres que asolaron la región. Los grandes aljibes estaban terminados y Emilio Fausto pidió volver al Campamento y ocupar su antiguo puesto de responsabilidad.

Mandó construir un sarcófago donde depositó el cuerpo de su querida Emilia y lo mandó depositar en unos huertos que había adquirido en una dehesa que llamaban de la villa verde, para tenerla más cerca de él. Mandó inscribir en la piedra:


D.M.S.
AEMILIUS FAUSTUS
AEMILIAE
PIAE USORI INDULGENTISSIMAE
ET SIBI VIVUS FACI,ENDUM
CURAVIT.

Que más o menor quiere decir: "Emilio Fausto dispuso, aún vivo, de que se hiciera esto para su piadosa e indulgentísima mujer Emilia y para él mismo."
También dispuso que, a su muerte, quería descansar junto a su mujer para toda la eternidad.

jueves, 5 de mayo de 2011

LA VERDADERA HISTORIA DE LA VIRREINA DEL PERU Y CONDESA DE CHINCHON.

Un relato corto. Nos encontramos en Perú cuando Doña Francisca, esposa del Cuarto Conde de Chinchón D. Luis Jerónimo, que había sido nombrado Virrey, enferma de paludismo. Ante la oposición de la medicina oficial, una india nativa suministra a la Virreina una pócima que se venía utilizando en su tribu desde tiempos inmemoriales. El mundo civilizado descubre "la chinchona".
También nos encontramos una breve reseña sobre las obras de ampliación del Monasterio de las Madres Franciscanas Clarisas, que se habían iniciado bajo el patrocinio de los terceros Condes de Chinchón Don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla y Doña Inés de Pacheco.


Año 1638
Doña Francisca Enríquez: La Santa Virreina.

El calor sofocante de la selva amazónica había debilitado la salud de la esposa del Virrey. El contraste de aquellas temperaturas con las de la árida estepa castellana era demasiado grande.
Cuando el cuarto Conde de Chinchón, don Luis Jerónimo es nombrado, por el Rey de las Españas, Capitán General y Virrey del Perú, le acompaña su segunda esposa Doña Francisca Enríquez de Rivera.
La situación de la Colonia no era precisamente tranquila ni apacible. Las constantes expediciones punitivas contra los araucanos, la dedicación continua a sus tareas de gobierno, los trabajos de fortificación de el Callao, su dedicación a la Armada, y, sobre todo, las expediciones de exploración del rió Amazonas, una de las cuáles consiguió llegar desde la Ciudad de Quito hasta la misma desembocadura, ocupaban todas las horas del Conde, quien, demasiado a menudo, tenía que ausentarse de su residencia.
Doña Francisca, de carácter bondadoso, se había ganado no sólo la confianza sino también el afecto de los que ella llamaba "sus indios". Se ocupaba personalmente de sus necesidades y sobre todo de enseñar a leer y escribir a los pequeños. De alguna forma tenía que llenar las interminables horas de soledad, cuando su marido pasaba largas temporadas alejado de ella, con motivo de sus obligaciones oficiales.
Aunque el palacio que habían construido para residencia del Virrey reunía unas condiciones mínimas de confort y salubridad. Las extremas condiciones climatológicas y la falta de higiene en los nativos que realizaban las tareas culinarias solían hacer mella en la salud de los que llegaban a aquellas tierras.
Aunque la Virreina en persona se había esforzado en trasmitirles la importancia de lavar todos los alimentos con agua del manantial y nunca con el agua remansada del rió antes de consumirlos, no siempre conseguía transmitir la importancia de sus indicaciones y que estas medidas eran de suma importancia para conservar la salud.
Y ella misma, aunque siempre había tenido una gran fortaleza, terminó por enfermar. Empezó con una desgana que le hizo abandonar las tareas diarias que se había impuesto.
En aquellos días de postración recordaba, sobre todo, el sosiego y la piadosa tranquilidad de los claustros del Monasterio de las Madres Franciscanas, Hijas de Santa Clara, que había sido fundado inicialmente por los primeros Señores de Chinchón, los Marqueses de Moya.


Antes de abandonar Chinchón para trasladarse al nuevo Mundo, pasaba muchas horas con la Madre Abadesa supervisando las obras de ampliación que se habían iniciado unos años antes, cuando los padres de su esposo, los Terceros Condes de Chinchón, hicieron una nueva fundación para dotar al Monasterio de capacidad para treinta y tres religiosas, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción.
Le parecía estar viendo la gran edificación, al final del casco urbano, por la parte que mira al poniente, con sus muros de ladrillo y mampostería cajeada. En el costado, la portada de piedra dintelada con una hornacina de ladrillos y el escudo de los Condes de Chinchón, que también se había colocado en la entrada de la clausura.
Cuando partió se había terminado ya la nave del templo con pilastras toscanas y arcos de medio punto con bóveda de cañón con lunetos y un crucero con la cúpula rebajada. Al pié se estaba construyendo el coro que tendría acceso por la clausura.
En aquella época en Chinchón, ya se inició en lo que después sería casi una constante: el acostumbrarse a que su esposo tuviese que ausentarse, con demasiada frecuencia, para dedicarse a sus altos cometidos políticos.
El estado de decaimiento de la Virreina devino en una alarmante subida de temperatura. Los médicos no acertaban a bajar las fiebres que iban debilitando, de día en día, a la señora.
Don Luis Jerónimo canceló todos sus compromisos para quedarse junto al lecho de su segunda esposa. Todos los síntomas de la enfermedad hacían presagiar que se había infectado con el paludismo y las medicinas de que disponían nos eran efectivas.
Consuelito, la doncella de doña Francisca, se acercó.
- Mi Señor, a mí me gustaría poder ayudar a sanar a la Señora.
- Gracias, Consuelito, lo único que puedes hacer es rezar a Dios como ella te ha enseñado.
- Usted disculpe, mi Señor... pero en mi poblado , cuando alguien tiene esas fiebres, se hace una cocción de una planta que llamamos quinina... y da muy buenos resultados...
El bueno del Virrey apenas si le hizo caso, ensimismado como estaba en sus sombríos pensamientos. Pero, ante la insistencia de la fiel servidora, mandó llamar al médico y le pidió que hiciese las oportunas averiguaciones.
El diagnóstico del facultativo fue totalmente negativo. A su juicio cualquier medida, sin una verificación científica, podría acarrear consecuencias imprevisibles.


Pasaban los días y la salud de la esposa del Virrey de España se iba resquebrajando de tal modo que todos empezaron a temer por su vida. Meses atrás don Luis Jerónimo había enviado una carta a la Abadesa del Monasterio de las Madres Franciscanas Clarisas de Chinchón rogándole sus oraciones por la salud de doña Francisca, por lo que estaba seguro que todas las monjas, desde la lejana España, estarían elevando sus plegarias para su pronta curación.
Aquella noche, cuando todos se retiraron a descansar, la fiel Consuelito se deslizó hasta las dependencias de la Señora, Portaba una jarrita de barro con una poción que siempre habían usado sus antepasados para curar estas fiebres.
- "Mamacita", aunque el señor médico y su esposo no quieren, yo le traigo esto que le va a curar de su mal.
La suma debilidad a que había llegado la Virreina no le permitía decir palabra, pero con un leve movimiento de sus ojos animó a la india y bebió el contenido de la jarra que le acercaba a los labios.
La noche la pasó tranquila y a la mañana siguiente el médico se jactaba del buen resultado de las cataplasmas que le había puesto la tarde anterior.
Durante las noches siguientes se repitieron las dosis de la medicina que la sirvienta se ocupaba de suministrarle a hurtadillas y los progresos en la salud de la Señora ya no los podía justificar el galeno por sus "milagrosas" cataplasmas que la enferma se había negado a soportar.
Fue ella misma quien se encargó de comunicar a su esposo la causa de su mejoría y a partir de ese momento se le empezó a suministrar en dosis y cadencias más adecuadas, de acuerdo con los hábitos curativos de los nativos. Los resultados fueron espectaculares: la Virreina se recuperó en pocas semanas y su esposo se pudo ocupar de sus obligaciones oficiales.
Doña Francisca quiso que ese remedio que le había salvado la vida fuese dado a conocer a todo el mundo. Pidió al médico, que ya había admitido su falta de perspicacia, que hiciese un estudio detallado de la planta, de la preparación de la infusión, de las dosis convenientes y de su posología.
El informe le satisfizo. En el galeón que partía de Perú al mes siguiente, con destino a Sevilla, el Virrey enviaba un dossier completísimo, redactado por don Diego Carrasco, su médico personal, en el que se daba a conocer una planta, que los nativos llamaban quinina, y que tenía unas propiedades curativas asombrosas para tratar de las fiebres palúdicas y que había salvado la vida a su esposa, doña Francisca Enríquez de Rivera, Virreina del Perú y Condesa de Chinchón.
El descubrimiento se extendió rápidamente por toda Europa. Años después, Linneo en su catálogo de plantas medicinales, la bautizó como "Chinchona" en honor de la ilustre paciente: nuestra querida Virreina.

Nota: Este relato lo escribí hace unos años y posteriormente realicé un trabajo de investigación histórica titulado "De cómo intervinieros los Condes de Chinchón y Virreyes del Perú en el descubrimiento de la Quina" del que he informado ampliamente en este blog. En este trabajo histórico encontré datos que difieren con esta dramatización histórica en lo referente al descubrimiento y divulgación de la quina. Ya queda dicho en el trabajo histórico y he considerado no modificar este relato en el que prima el aspecto romántico y novelesco.

sábado, 30 de abril de 2011

LA VERDADERA HISTORIA DE SALVADOR SANCHEZ "FRASCUELO"


En esta historia, también recogida en el libro "Chinchón Mágico"  vamos a recordar hechos bastante conocidos, quizás porque ocurrieron en tiempos no demasiado lejanos.
Vemos a un joven Salvaor Sánchez, mucho antes de ser “Frascuelo”, camino de Chinchón, al encuentro de la fama y de la gloria.
En las fiestas de Santiago del año 1863, es corneado en una capea y durante unos meses es atendido por Florentino Catalán, el tío Tamayo, que era albañil y tenía un estanco, al que años después, cuando ya era famoso, su “hijo” Salvador, le compró una posada en la plaza.
Es la historia, de Salvador Sánchez, que había nacido en un pueblecito de Granada...



Año 1863
La verdadera Historia de Salvador Sánchez.

I
 En la pequeña venta junto al puente que llamaban del ladrillo, en el camino de Madrid, esperaba ansioso Salvaor a que el arriero terminase de atalajar las mulas y uncirlas a los varales del carro para emprender el camino de vuelta a Chinchón.
 Le habían dicho que allí siempre había ojeadores entendidos que te podían ayudar si demostrabas buenas maneras delante del toro. Era víspera de fiesta y en el carro sólo trasportaba los pellejos vacíos en los que había venido el buen vino de la tierra, y tres garrafas que aún desprendían el penetrante olor de aguardiente anisado que tanta fama le había dado al pueblo.
 Manolo el arriero, al que se le conocía como el tío “Bigote”, le dijo al muchacho:
 - Has tenido suerte, voy de vacío, y vas a poder hacer un camino cómodo, si pones tu capote sobre esos pellejos, te puedes preparar un buen asiento.
 Estaba amaneciendo y había que aprovechar las horas en las que el sol todavía no calentaba demasiado para hacer la mayor parte del viaje que venía a durar de cinco a seis horas en función de la carga.
 Salvaor era un mozo bien plantao, de fina figura y de andar pausado, de mirada altanera y de hablar sentencioso. Su hermano Antonio siempre le dijo que un torero siempre tenía que comportarse con la distinción propia de un maestro y el joven se había aprendido muy bien esta lección.
 De niño se había trasladado a Madrid con su familia, desde su Churriana natal, y desde muy joven había demostrado su afición a los toros, actuando de banderillero y toreando en mojigangas y charlotadas. Ahora quería darse a conocer y Chinchón bien podía ser su primer escalón para alcanzar la fama.
 - Tienes que tener mucho cuidado, galán. Las capeas del pueblo son muy peligrosas, los toros están “resabiaos”, y hay mucha rivalidad entre los mozos que quieren lucirse.
 Los dos hombres compartieron el almuerzo que traía el arriero y el vino fresco de la bota colaboró en que la conversación fuese fluida y amable y que el camino se le hiciese, al tío “Bigote” más corto que de costumbre, oyendo las mil aventuras taurinas que Salvaor le iba contando, con su gracejo granadino pero con una seriedad impropia de sus veintiún años.
 Llegaron al pueblo a primeras horas de la tarde y el arriero le invitó a comer en su casa, pero Salvaor pensó que ya eran muchas las atenciones que había recibido y lo rehusó amablemente, aunque tuvo que aceptar un trozo de longaniza y un cantero de pan que le puso en la mano a la hora de despedirse.
 Cuando llegó a la plaza recibió una fuerte impresión. La plaza lucía ya engalanada para la fiesta del día siguiente. Se había formado el ruedo con carros y se habían colocado talanqueras para ampliar la capacidad de espectadores.  Algunas balconadas ya se habían adornado con mantones y colgaduras que daban la nota de colorido a la luz del sol implacable que caía de pleno.
 Sólo bajo los soportales se notaba un vientecillo fresco que aplacaba los rigores del aire que casi se hacía irrespirable. Salvaor colocó su capotillo junto a una de las columnas y se sentó en la piedra reluciente y fresca de uno de los escalones. Sacó de su hatillo las viandas que le había regalado el tío “Bigote” y empezó a comer admirando la mole pétrea de la Iglesia que presidía todo aquel conjunto arquitectónico que más parecía un grandioso decorado que la plaza de un pequeño pueblo.
 A su derecha, en la parte de arriba de la plaza, una fuente, sin duda, recientemente remozada, le ofreció las frescas aguas de sus chorros que caían monótonos y sin pausa en un gran pilòn en el que abrevaban unas mulas que venían del campo. Se refrescó la cabeza y los brazos y quedó pensativo sin atreverse a beber.
Una mujer, que contemplaba entretenida la escena, dirigiendose al maletilla, le dijo:
 - ¡Bebe, sin miedo, ese agua, buen mozo, y serás torero famoso!
 Esa tarde conoció a varios mozos del pueblo; Aureliano Serrano, Valentín Catalán, el hijo de la estanquera y otros aficionados que le fueron poniendo al corriente de los usos y costumbre del pueblo, en materia taurina.
 - Tienes que esperar a que los mozos hagan los primeros recortes al toro, si no, no te van a dejar que torees... Luego ya no se meteran contigo...
 - En cambio, si te ves achuchado por el toro, te puedes acercar a los carros que te ayudaran a subir, no como en otros pueblos que no permiten que nadie se suba a su carro...
 - Aquí las mujeres chillan mucho....
 Aquella noche, Salvaor durmió en uno de los carros de la plaza, arropado en su capote. A la mañana siguiente se desayunó unos churros y se dió una vuelta por aquel pueblo de calles estrechas, tortuosas y empinadas. Calles empedradas y con un albañal en el centro y a uno de sus lados una senda de ladrillo rojo por donde andar en invierno para no escurrirse con los hielos sobre las piedras. Un pueblo con castillo a medio derruir y con muchas iglesias y conventos. Un pueblo que se despertaba alegre porque era la fiesta del Apostol Santiago al que llamaban “Matamoros”.
 La capea, por la tarde, estaba siendo muy animada, y la plaza registraba un lleno total. Las familias de los agricultores se acomodaban en el carro que cada uno había bajado el día antes, por la mañana, a la plaza. Las balconadas estaban ocupadas por sus dueños que muchas veces no eran los propietarios de las casas, que sólo en los días de fiesta tenían que franquear el paso a los dueños de los balcones. Los que no tenían carro o balcón, se procuraban una localidad en las talanquera o se las ingeniaban para recibir la invitación de algún amigo.
 En el ruedo, Salvaor observaba a los mozos del pueblo que, como le habían advertido, no dejaban que nadie se acercase al toro con capotes o muletas. Habían llegado al pueblo otros maletillas, también, con la esperanza de poder dar unos capotazos que les abrieran la puerta de la fama.
 Era un toro chico, malencarao y tardo en la envestida. Los mozos se habían cansado de citarle sin resultado y uno de los maletillas se fue hacia él con su capote envuelto en un estaquillador a modo de muleta. No logró que el morlaco se arrancase, ante los silvidos del respetable que empezaba a impacientarse por el flojo juego del astado.
 Su nuevo amigo Aureliano, le animó:
 - ¡ Ahora, Salvador!
 El de Churriana, erguido, con andares garbosos y pintureros, la cara alta y arrastrando el capote detrás suyo, cruzó el ruedo hacia el toro que seguía inmóvil y amenanzante sin perder de vista a cualquiera que se moviese a su lado. Echó el capote, a una mano, al hocico del toro. Con habilidad, más propia de un maestro, consiguió atraer al animal hasta el centro de la plaza. Allí, cogió el capote con las dos manos y perfiló tres verónicas ajustadísimas, cerradas por una media con los brazos caídos, que arrancaron el aplauso unánime de la concurrencia.
 Otro maletilla quiso aprovechar el clamor para intervenir, pero los mozos que estaban alrededor no se lo permitieron. Salvaor, se echó el capote a la espalda y volvió a citar al toro. Fueron tres pases cerrados por una revolera que hicieron resonar, de nuevo, los aplausos de toda la plaza. Se sintió, en ese momento, figura del toreo. Elevó sus ojos al cielo azul y, por unos instantes, se sintió trasportado a la gloria, entre el clamor y los aplausos que resonaban en sus oídos.
 De pronto, ese clamor y esos aplausos se tornaron en gritos. Salvaor había olvidado que a un toro no se le puede perder la cara y fue arrollado por aquel toro chico y malencarao que le dejó tendido en la arena con una fea cogida.
 - Esta herido... ¡mira como sangra!
 - Ha sido en el culo... puede ser grave...
 El toro salió huyendo y se refugió en la querencia de los toriles. Varios mozos, que no se habían percatado de la gravedad de la cogida, corrieron a ayudarle y le animaban a dar la vuelta al ruedo para recibir el aplauso del público.
 - No seáis brutos, ¿no véis que está herido? ¡Llevadle, inmediatamente, al hospital!
 Era don Victor Marcitllach, el señor Alcalde, que presidia el festejo.
 No había en la plaza ninguna estancia habilitada para atender a los heridos. Tampoco era el hospital una garantía de buena atención sanitaria. En realidad, el hospital no era mucho más que un lugar de acogimiento de pobres enfermos, por lo que sólo eran llevados allí los que no disponían de medios para pagarse una atención sanitaria.
 En uno de los carros, cerca del ayuntamiento, Florentino Catalán, albañil y buen aficionado, había apreciado el garbo torero del muchacho. Sin pensarlo, se fue hacia los mozos que portaban en brazos al muchacho, y les dijo:
 - Nada, de hospital, ¡llevadle a mi casa..!
 - ¡Es que ha dicho el alcalde..!
 - ¡Pues así lo diga Dios en el cielo... Yo no consiento que a este mozo que tanto promete se le meta en el hospital como a “probe” de pedir...
 Florentino Catalán, además de albañil y buen aficionado a los toros, era conocido en el pueblo como el tío “Tamayo” y tenía un estanco del que se ocupaba su esposa.
 Cuando ésta vió llegar a la comitiva, se plantó ante su marido:
 - Me figuro que lo piensas cuidar tú... ¡No tengo yo trabajos “pa” meterme en uno más!
 - ¡Así será! Contestó el tío Tamayo, que era castellano viejo, hombre de pocas palabras y fuertes decisiones.
 - Llegó el médico al estanco, hicieron vendas de unas sábanas que tenían guardadas en un cofre, ante las protestas de la mujer, y le hizo las curas pertinentes.
 Después, ya en el ayuntamiento, dio el parte médico a las autoridades.
 - Ha sido una cornada ascendente, en el recto, de veinte centímetros que ha interesado el músculo, y otra de quince centímetros en el glúteo izquierdo. La cogida ha sido grave, pero si no hay infecciones, ésta la cuenta el muchacho; pero tiene para unos meses, tendrá que dormir boca abajo, y no se podrá sentar en unas semanas...
 El diagnóstico del buen médico rural era acertado. Florentino y su mujer se desvivieron en atenciones al joven Salvaor, que no sabía cómo agradecer lo que aquellas buenas personas estaban haciendo por él. No tardó mucho en salir a los soportales de la plaza a darse pequeños paseos, donde recibía el cariño de todos los vecinos, que empezaron a considerarlo como uno más de ellos. Trabó una entrañable amistad con Valentín, que era un poco más jóven que él, y en cuanto pudo, colaboró en las tareas del estanco, para ayudar a la que, desde entonces, llamó “madre”.
 Era el año 1.863 y a mediados de octubre, emprendía el camino de regreso a Madrid, en busca de la fama que había vislumbrado mirando el cielo azul, después de una revolera ceñida a un toro chico y malencarado en el centro de la plaza de Chinchón. 


II
 El viaje en tílburi desde Torrelodones a Chinchón era un paseo recordando aquel que había hecho en el carro del tío “Bigote” casi treinta años antes. A don Salvador le gustaba visitar regularmente el pueblo que le había hecho su hijo adoptivo y pasar unos días con aquellos amigos que siempre le demostraron cariño, admiración y agradecimiento recíproco. Porque Salvador siempre había escuchado decir aquello “ser agradecido es de bien nacidos” y no quiso olvidar nunca lo que el Tío Tamayo y su familia hicieron por él. Y consideraba que no tenía ningún mérito el haber comprado para ellos la posada de la plaza, ni haber acogido en su casa a su hijo Valentín cuando fue herido, ni todos los regalos que siempre les traía cuando venía a Chinchón.
 También quiso siempre agradecer a todo el pueblo su cariño, organizando festivales benéficos, como aquel del  26 de octubre de 1871 y, sobre todo, el del 21 de septiembre de 1880 con motivo de las Fiestas del Rosario.
 Recordaba ahora el estoque con empuñadura de oro, costeado por suscripción popular, que le regalaron con ese motivo.  En la hoja del estoque había gravadas varias escenas de la lidia y una inscripción en la que leía: "Chinchón a su hijo adoptivo". Se lo entregó el teniente de alcalde D. Dionisio González, en una comida que organizaron el el Casino. Su amigo, el alcalde D. Víctor Marcitllach, no pudo asistir porque estaba de viaje.
 Subiendo, ya a la caída de la tarde, por la calle de los Huertos, recordó aquellos meses que había pasado convaleciente en aquel pueblo, y se admiró del trabajo de rehabilitación de las calles que se había llevado a cabo durante aquellos años por la Sociedad de Cosecheros. Daba gusto ver la limpieza y el esmerado mantenimiento que se podía observar del alumbrado público con farolas de petróleo. Tenía que decir a las autoridades que ya era tiempo de pensar en cambiarlas por el alumbrado eléctrico.
 En la posada del tío Tamayo habían preparado la mejor habitación, como siempre que venía, para el maestro. Y también, como siempre, después de la cena fueron llegando todos sus viejos amigos y se formó la tertulia que siempre duraba hasta altas horas de la madrugada.
 -¿Cómo llevas tu vida de torero retirado?
 - !”Mu” tranquilo y “mu” a gusto..! Viendo los toros desde la barrera, y dando mi opinión, mal que les pese a algunos... y cada vez más contento con la casa que me hice en la “Finca Monte Gasco” de Torrelodones...

 - Hemos oído hablar que has escrito un decálogo del buen torero...
 - ¿No me digas que ya lo conoceis aquí?
 - Conocerlo, no, pero algo hemos oído...
 - Pues escuchad:
 Aquí van mis diez mandamientos del toreo:

 “Primero: amar a Paquiro sobre todas las coletas.
 Segundo: No jurar que vas a meterte en el morrillo de los toros para luego no arrimarte nada.
 Tercero: Santificar la fiesta española, entendiéndose que santificarla no es tirar el pego.
 Cuarto: honrar a la afición que da cuanto se le pide y más de lo que puede.
 Quinto: no matar como Rafael el Gallo.
 Sexto: no amolar tanto a los toros ni a los espectadores.
 Séptimo: no hurtar las ingles a las arrancadas de los astados, ni hurtar tantos billetes como se viene haciendo.
 Octavo: no decir en los telegramas que tú estuviste colosal y tu compañero desastroso.
 Noveno: no desear la cupletista o super-tanguista de tu prójimo.
 Décimo: no codiciar el contrato del colega; ni el colchón del zapatero, del hojalatero y del tapicero, cuando el colchón va a la casa de empeños para luego no ver más que huir a los toreros de arriba, de abajo, de la derecha y de la izquierda”.
 - Pues esto no va a gustar demasiado a algunos....
 -  Yo soy un matador de toros, aunque esté ya un poco mayor y retirado. Pero, tal vez por eso, estoy  libre de toda servidumbre o compromiso con las empresas y mis propios compañeros. Creo que tengo fuerza moral para denunciar algunos de los males que aquejan a la fiesta... Se que no es habitual encontrar entre las figuras del toreo, voces tan críticas y alejadas del acostumbrado corporativismo que siempre ha existido en el gremio...
 Pero ésto no es importante, contadme cosas de Chinchón....
 Se fueron haciendo un repaso de las novedades del pueblo y recordando hechos importantes que habían vivido juntos.
 Con los beneficios del festival del año 1880, en el que se lidiaron 4 toros de la ganadería de Veragua, tres por Frascuelo y uno por Valentín Martín, y  que ascendieron a 21.301 reales, se compró una barrera, similar a la de la plaza de Madrid, que fue fabricada en Aranjuez, y para colocarla, fue necesario que la Sociedad de Cosecheros realizase las obras para reducir el ruedo.
 Aunque el diestro intentó que no se supiese, era conocido por todo el pueblo que todos los inviernos daba dinero para repartir pan entre los necesitados... era “el pan de Frascuelo”.
 Uno de los contertulios era su amigo Aureliano Serrano, gran aficionado a los toros, que incluso llegó a torear en una becerrada que se organizó el 19 de junio de 1879 en la plaza del castillo de Chinchón.
 - ¡Mucho miedo pasaste aquel día, Aureliano..!
 - Pero nos divertimos mucho. La idea de hacer una corrida de toros en la plaza del castillo, fue todo un acontecimiento. Se preparó todo muy bien y fue un gran espectáculo.
 - Yo me lo pasé muy bien. Cuando recibí la invitación de mi amigo D. Tomás Ortiz de Zárate, el señor alcalde, para presidir la becerrada, no dudé en acudir, como siempre que me llaman de Chinchón.
 Hizo una día expléndido. La banda de música colaboró, como todos, de forma altruista, y amenizó la tarde con las piezas más escogidas de su repertorio. Actuaron como matadores, Juan Aguado y Aureliano Serrano. Los picadores fueron Joaquin Asensio y Manuel Olivas. Actuaron como banderilleros, Tomás Díaz, Maximiano Caraballo, Gerardo Fernmández y Amando Salgado. El despeje de plaza lo hicieron los jóvenes alguacilillos Gonzalo Marcitllach y Pedro del Nero. Actuaron como directores de lidia los diestros Victoriano Regatero y Valentín Martin, grandes amigos de Salvador que actuó como puntillero.
 - ¡Fue un día inovidable..!
 -¡Anda, Salvador, cuéntanos lo del teatro..!
 - No tiene importancia... Pues nada, que hace unos años, estaba yo aquí pasando unos días y llegó a la posada una compañía de variedades para hacer unas funciones en el teatro del Alamillo. El primer día no tuvieron muchos espectadores porque el precio de la entrada era caro para los del pueblo porque que ese año no habían sido buenas las cosechas... Me invitaron al día siguiente y cuando llegué al teatro había varias personas en la puerta, pero, parecía que no con demasiadas intenciones de entrar... Se me ocurrió que no era bueno que mis paisanos perdiesen esta oportunidad y empece a comprar entradas para todos los que allí estaban... No sé cómo pudo correrse tan pronto la noticia, porque al rato tuvieron que poner el cartel de “no hay billetes” y me dijeron que no conocían un éxito de taquilla tan importante en toda la historia de la compañía...
 Y así, contándo anécdotas y recuerdos trascurrió otra de las tertulias que siempre se organizaban en la posada del tío Tamayo, cuando recibía a su “hijo” Salvador.


III
 Tenido por uno de los más grandes estoqueadores de toda la historia de la tauromaquia, Frascuelo tomó la alternativa en 1867 de manos nada menos que de Francisco Arjona, Cúchares. En 1868 coincide por primera vez con Lagartijo y comienza una rivalidad que dividió España en dos bandos y sólo tiene parangón con las que mantuvieron Pedro Romero y Costillares o Joselito y Belmonte. Sus toros preferidos para triunfar fueron los "Veraguas", a los que con frecuencia despachaba recibiendo de forma impecable. Fueron memorables sus faenas en Madrid los días 19 de septiembre de 1869 y 22 de octubre de 1871, llegando la apoteosis al estoquear seis toros en la corrida de la Beneficencia de 1874. Otros hitos en su carrera fueron la muerte del último toro lidiado en la vieja plaza de la calle Alcalá el 9 de julio de 1874 y la corrida de la Beneficencia de 1882, mano a mano con Lagartijo. Ya en franca decadencia, tras recibir diversas cornadas de gravedad, se retira de los ruedos a principios de la temporada de 1889.
 Los taurinos definen el estilo de Frascuelo por su toreo en corto, su poder con la muleta y en los quites, y su decisión a la hora de estoquear, perfilándose en las cercanías de la res y matando por lo general "arrancando".
 A finales de febrero de 1898 acudió el maestro Salvador Sánchez "Frascuelo" a la finca de "El Soto Gutiérrez", invitado por su gran amigo don Esteban,  aunque ya estaba retirado de los ruedos,  a un herradero y tentadero de vacas y becerros. Tras bregar y dirigir las operaciones como en sus mejores tiempos, sudoroso y agitado, solicitó un vaso de agua fría, que le supo a gloria. Después de comer comenzó a sentirse destemplado, le subió la fiebre hasta más de 39º, fue trasladado a Madrid al día siguiente y tras soportar varios días una pulmonía infecciosa de índole palúdica (así fue diagnosticada) falleció el 8 de marzo de 1898, a la edad de 55 años.
 Pero esto es la historia conocida de Frascuelo. Nosotros sólo queríamos relatar la verdadera historia de Salvador Sanchez, nacido en Churriana de la Vega (Granada) e hijo adoptivo de Chinchón..

Nota: Las ilustraciones son una fotografía antigua de la plaza de Chinchón, posiblemente de la época de Frascuelo, y las tres placas que hay en Chinchón dedicadas al torero.

martes, 26 de abril de 2011

LA VERDADERA HISTORIA DE LA AVECINDAD DE COSECHEROS.

En el año 2004 El Colectivo Fuente Para de Chinchón, publicó el libro "La Mojona" La Sociedad de Cosecheros de Vino, Vinagre y Aguardiente de Chinchón. 1853 - 1938, escrito por Manuel Carrasco Moreno, con subvención de ARACOVE, que se distribuyó gratuitamente. En varias ocasiones he hablado de este libro en el blog, pero hoy quiero contaros la versión novleada de lo que fue el nacimiento de esta Sociedad, en el año 1853, y que inicialmente se llamó:




La Avecindad de Cosecheros.


Todas las miradas se volvieron hacia el recién llegado. Don Nicolás Segovia, el escribano de actuaciones del Juzgado estaba exultante. Cuando llegó al centro de la sala, procurando que todos le pudiesen oír, se dirigió al camarero que se afanaba en ordenar el ambigú.
- Dionisio, sirve una copita de aguardiente anisado, a todos los presentes, yo invito.
Después, despaciosamente, como gustaba de actuar siempre, se fue acercando a cada una de las mesas para entregar un cigarro de fina elaboración, recién llegados de la fábrica de la mismísima Sevilla, a todos y cada uno de los que allí se encontraban.
- D. Atenodoro.... D. Carlos... D. Juan... D. Telesforo... D. Bernardino....
- ¿Qué celebramos, don Nicolás?
- El nacimiento de mi primer hijo.
- ¡Pues, enhorabuena!
- Y ¿Cómo le vas a llamar?
- Enrique. Le vamos a bautizar con el nombre de Enrique.
- Brindamos, con éste, que es el mejor aguardiente del mundo, por que el niño sea digno descendiente de su padre, y alcance la fama y la posteridad.
- !!Por Enrique Segovia Rocaverti!!
El orgulloso padre tomó asiento en la mesa donde don Carlos Vicente Camacho, el señor alcalde, departía animadamente con el señor cura, el notario, y el señor juez, mientras terminaban la enésima partida de dominó.
En la mesa de al lado, contrariamente a lo que era costumbre, no se jugaba ninguna partida, y los tres contertulios denotaban preocupación en el semblante.
- Bernardino, tú, mejor que nadie, sabes que es necesario tomar una determinación.
- Por supuesto, pero no estoy dispuesto a tener que asumir personalmente todo el riesgo. El año 1847 pujé en la subasta y el servicio se remató a mi favor por la cantidad de 46.026 reales. Al final no salí mal parado y, al menos, cubrí gastos. Pero este año, el Ayuntamiento se ha pasado y no se puede hacer frente a los sesenta mil reales que es el importe mínimo de licitación. Y eso han debido pensar todos, porque la subasta ha quedado desierta por dos veces.
- ¿Y qué vamos a hacer, ahora, los cosecheros?
- La pregunta quedó en el aire y los tres hombre mirando la copita de aguardiente que les había invitado el escribiente del Juzgado, como buscando una respuesta que todos sabían difícil de encontrar. Don Juan de Mata, don Telesforo González y don Bernardino Aparicio sabían que ésta era la mayor preocupación de todos los cosecheros de vino de Chinchón.
El problema, realmente, era importante. Con la aplicación de las leyes desamortizadoras de Mendizábal, además de bienes y propiedades se habían quitado, también, muchos derechos a los nobles y a la Iglesia. Entre estos derechos estaban los derechos de Fiel Medidor, Pesos, Medidas y Correduría que, en Chinchón, había comprado nada menos que el conde don Luis Jerónimo por el precio de mil ducados, recayendo después aquellos en su hijo don Francisco Fausto.
Por disposición de éste, a su muerte en el año 1665, quedaron dichos oficios enajenados de la Corona, en poder del Cabildo de Capellanes de la capilla de la Piedad y comunidad de religiosas franciscanas de esta villa.
En varias ocasiones, el Concejo intentó adquirirlos, consiguiendo comprar en el precio de veintiséis mil reales el derecho del Peso Grande, por escritura ante el escribano Antonio Blanco de Salcedo, el 6 de abril de 1678; pero deseando disponer también de los otros, no perdonó medios para lograrlo, originándose por este motivo pleitos durante muchos años, con el Cabildo de Capellanes; hasta que por resolución Real, en 30 de diciembre de 1831, le fue concedido el arbitrio que tenía solicitado de “Sacar a buena luz, liar o enaldar y cargar las corambres de vino, vinagre, aguardiente y aceite”. Pagando los compradores por estos servicios ocho maravedíes por arroba. El Cabildo de Capellanes trató amistosamente con la villa, dándose cuenta, el 13 de junio de 1832, de haberse reunido los derechos de las dos corporaciones, partiendo por mitad las utilidades.
Así continuó subastándose durante varios años estos servicios, hasta la incautación por el Estado de los bienes eclesiásticos -Desamortización- . Dándose cuenta en sesión de 22 de marzo de 1843 de “haberse concedido a esta villa el arbitrio de medir los líquidos, para con su importe hacer un camino al puente nuevo de Arganda, cubiertos que sean los salarios de médico y cirujano”. Quedando por tanto dueño el Ayuntamiento de todos los derechos que dos siglos antes adquirió el cuarto conde.
- Si ya sabía yo que eso de quitar a la Iglesia los derechos de medida iba a ser, a la larga, un problema para todos nosotros.
- Bueno, gracias a que el arbitrio pasó al municipio, se ha podido terminar el camino a Madrid, por el nuevo puente que han hecho en Arganda.
- Sí eso fue hace diez años, y según tengo entendido se ha recibido notificación en el Ayuntamiento de que, como se han terminado de pagar todos los gastos, quedan suspendidos los arbitrios de mojona, degüello y derechos de pesos y medidas y romana, ya que se habían propuesto sólo y exclusivamente para hacer ese camino.
- Además, ya se sabe que todo lo que está en manos públicas termina funcionando mal.
- Pues tenemos que pensar algo y pronto, porque de otra forma no sé quien se va a encargar de medir el vino, cuando lleguen los arrieros.
- Podíamos preguntar al alcalde si han pensado algo en el Ayuntamiento.
Fue Juan Mata quien se acercó a la mesa de al lado y le pidió al alcalde que se hiciese el favor de unirse a ellos, porque tenían que hacerle una consulta.
- No, en la Corporación no hemos pensado nada concreto. Como sabéis se ha declarado desierta la subasta por segunda vez, y por lo que he podido deducir no hay mucho interés en que el ayuntamiento se haga cargo de dar este servicio.
- Pues ya nos dirás que podemos hacer nosotros.
- Tú, Bernardino ya tienes experiencia, podíamos negociar una rebaja en la cantidad de licitación y te adjudicamos a tí el servicio.



- No, Carlos, tengo muchas cosas en las que pensar y no quiero más complicaciones...
- Pues a mí no se me ocurre nada. Mandad un escrito al ayuntamiento solicitando una reunión de todos los cosecheros y a ver si, entre todos, encontramos una solución. Mañana mismo hay una reunión y, si tenemos vuestro escrito, me comprometo a darle curso inmediatamente.
Pidieron un servicio de escribir al camarero, y allí mismo, en el velador del casino, redactaron el escrito:
“En Chinchón, a diecinueve de marzo de 1853.
Sr. D. Carlos Vicente Camacho.
Alcalde constitucional del Excmo. Ayuntamiento de Chinchón.
Muy señor nuestro y estimado amigo:
Enterados de que no se ha presentado ninguna puja para la subasta del servicio de mojona para el presente año, y que en atención a que S.M. se ha servido declarar cesen los arbitrios del camino, ruegan a ese Ayuntamiento se sirva convocar una reunión general de los cosecheros para tratar del asunto del servicio de mojona.
Firmado: Bernadino Aparico, Juan de Mata y Telesforo González.”
Efectivamente, en la reunión del ayuntamiento del día siguiente se acordó convocar a todos los cosecheros de vino, vinagre y aguardiente, a una reunión para el día 28 de este mismo mes.
La actividad entre todos los cosecheros fue frenética durante aquella semana. Los tres firmantes de la solicitud no pararon de mantener contactos con todos los principales terratenientes de la localidad. Los Carretero, los Ortiz de Zárate, los del Nero, los Camacho, los Recas, los Peña, los Galán, etc. etc., fueron visitados y oídas sus opiniones. También se pusieron en contacto con el señor marqués de la Corona y el representante del Cabildo de Capellanes que eran importantes cosecheros de vino.
El casino fue, durante estos días, el centro de operaciones. Se dejaron las partidas de dominó, ante la contrariedad del boticario que tuvo que contentarse con hacer aburridos solictarios con la baraja, y se formaron animadas tertulias en las que cada uno exponía su opinión.
- ¡No entiendo a qué viene tanta preocupación! Comentaba en voz baja el boticario, cuando por enésima vez le había fallado el solitario.
Y la preocupación estaba plenamente justificada. Durante los últimos años se había propiciado una política de plantación de vides en la localidad, y la producción había crecido espectacularmente. Tanto, que se había convertido en la principal riqueza del pueblo. La creciente demanda de vino en la cada vez más industrializada capital hacía que la actividad de venta al por mayor de vino, vinagre y aguardiente creciese de día en día.
La venta al por mayor requería la medida previa del vino, pero tambien su embasado, traslado desde las profundas cuevas y carga de embases y corambres en los carros y caballerías que lo tenían que trasladar a su destino. Este servicio, imprescindible para la venta, era el que había salido a subasta, y a la que nadie había pujado, por lo que había quedado desierta.
- Pues a mí se me ocurre que si nadie lo quiere hacer, no tenemos más remedio que hacerlo nosotros mismos...
- ¡No te veo yo a tí cargando con los pellejos desde la cueva..!
Todos rieron la chanza.
- No os riáis; don Tomás tiene razón. Nosotros podemos encargarnos de organizar este servicio. A nosotros, más que a nadie, nos interesa.
- Podríamos hacer una sociedad, como la que existió hace unos años... se llamaba... Sociedad Económica de Amigos del País...
- Sí, yo recuerdo haber oído hablar a mi abuelo de ella...
- Pero aquello fracasó... Tenían muy buenas intenciones, pero al final no pudieron hacer casi nada...
- Esto sería distinto. Podíamos copiar la idea, pero hacer un proyecto más realista, más práctico...
- De alguna forma ya existen las normas que regulan su funcionamiento, y con una buena administración, hasta podría ser muy rentable...
Los allí reunidos siguieron aportando sugerencias. Habría que conseguir que el Ayuntamiento les cediese los derechos de medida; a cambio ellos pagarían un canon anual y se encargarían de la reparación de calles, caminos y puentes de la localidad. Con ello facilitarían, también, el acarrero de sus productos. Esta sociedad serviría además para lograr la unión de todos los cosecheros, y así poder defender mejor sus intereses...
- Yo pienso que se debería llamar “Avecindad de Cosecheros de Vino, Vinagre y Aguardiente de Chinchón”.
Cuando terminó la reunión, todos estaban exultantes. Eran conscientes de haber asistido al nacimiento de una organización que tendría una larga y provechosa vida. Una sociedad que haría obras de gran importancia para el futuro del pueblo. Una sociedad cuya influencia sobrepasaría a su propia existencia y cuya memoria perduraría en la historia.
Unos días después, el 7 de abril de 1853 se constituía la Avecindad de Cosecheros que en el año 1896 se constituyó legalmente como “Sociedad de Cosecheros de vino, vinagre y aguardiente de Chinchón, y que fue conocida popularmente como “La Mojona”.
Gracias a esta decisión, cambió la fisonomía de Chinchón; se construyeron caminos y puentes, se canalizaron fuentes y manantiales, se urbanizaron las calles, colaboraron en la llegada del tren hasta el pueblo, edificaron un teatro y estuvieron presentes para paliar necesidades que surgían por guerras y epidemias.
Tenían motivos para sentirse satisfechos de haber participado en el nacimiento de esta organización.
Después se fueron formando corrillos, en los que las conversaciones de los allí reunidos se hicieron diversas.
- ¿Qué piensas de la situación política?
- Se habla de nuevos pronunciamientos. No, las cosas no van bien.
- Me han dicho que han recibido noticias del hijo del tío Juan Hortelano; sí, de mi amigo Benito.
- Creo que está en Buenos Aires, ¿no?
- Sí. Ahora, parece, que allí ha sentado, por fín, la cabeza. Ha conseguido llevarse a su mujer y a sus hijos y está muy bien considerado. Tiene en proyecto crear un diario que piensa llamar “La España”, y, según me han dicho, ha empezado a redactar sus memorias, que sin duda serán interesantes, si cuenta todas las aventuras que ha vivido...
- Y, ¿cómo te ha ido, este año, la cosecha de aceite...?
- El año que viene hay cambio de alcalde...
- ¿Te has enterado que la Juanita, la del tío José, habla con el hijo del guardicionero?

Nota: La primera ilustración corresponde a una vista de Chinchón en el año 1917 que aparece en la orla del pergamino en el que se nombra Hijo adoptivo de Chinchón a don Joaquín Ruiz Jiménez, entonces Ministro de la Gobernación.
Nota 2. Esta es una de las historias que se recogen en mi libro inédito "Chinchón Mágico. Historias y Leyendas"

domingo, 10 de abril de 2011

VASCO DE CONTRERAS ¿TRUHÁN O SEÑOR? Y ENTREGA DOS


II


Han pasado quince largos años. La situación política de Castilla ha cambiado radicalmente. En el año 1469 habían contraído matrimonio, contra la voluntad del Rey, su hermana Isabel con Fernando, el príncipe heredero del reino de Aragón, con el apoyo del Arzobispo de Toledo D. Alfonso Carrillo de Acuña y del Obispo de Segovia Juan de Arias.
El 11 de diciembre de 1474 muere en Madrid el Rey Enrique IV y dos días después son proclamados reyes de Castilla su hermana Isabel y su esposo Fernando, en el Alcázar de Segovia bajo la protección de su alcaide Andrés de Cabrera.
En el intervalo entre el casamiento y la proclamación de los Reyes Católicos después de la muerte del rey, tiene lugar otro hecho cuyo protagonista es también Vasco de Contreras.
Como hemos visto anteriormente el Arzobispo de Toledo no oculta su oposición al rey y su apoyo incondicional a las pretensiones de Isabel y Fernando, como lo indica lo sucedido en Ávila.
El rey no puede consentir estos desmanes y decide dar un escarmiento a su enemigo y decide apoderarse de dos de las fortalezas de que disponía el arzobispo. Pide la colaboración de Cristóbal Bermúdez para que asalte la fortaleza de Canales, y como en otras ocasiones, solicita la ayuda de su buen vasallo y vecino de Chinchón, Vasco de Contreras, para que sitie y se apodere de la fortaleza de Perales de Tajuña.
Vasco de Contreras pone a disposición del monarca a todos sus recursos y se apodera fácilmente de la fortaleza.
Cuando es informado el Arzobispo de Toledo, acude con toda su tropa compuesta por 200 peones y 300 lanzas, lo que supone un contingente armado de más de 1400 hombres de guerra, y pareciéndole poco, recaba el auxilio de los Mendoza, sus aliados, que acudieron con 30 lanzas, o sea, con mucho más de cien hombres de guerra y todos ellos no pudieron reducir a Vasco de Contreras y los suyos. Esta afrenta no se la perdonaría nunca el poderoso prelado toledano y no cejó hasta conseguir que los nuevos monarcas accediesen a castigar la ofensa del vecino de Chinchón.
Los primeros días del otoño han empezar a teñir de colores ocres los campos de Chinchón y la vendimia ocupa a todos los hombres y mujeres del lugar.
La vida política del Concejo está convulsionada. Pedro Vargas, Corregidor y Alcalde Mayor del Sexmo de Chinchón ha recibido noticias de la inminente visita de Pedro Piña, Capitán de Cartagena, con una comunicación la Hermandad de los Reinos de Castilla y León, nueva institución creada por los Reyes Católicos que, con seguridad, nos serán buenas noticias.
Ha decidido recibir al enviado oficial de los nuevos monarcas a las puertas de la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia, reunidos en ayuntamiento general, a campana repicada, para dar toda la solemnidad al acto.
Hoy también los funcionarios del Concejo se afanan en preparar los sitiales de la presidencia en el atrio del templo. Poco a poco se van acercando los curiosos, que van tomando posiciones puesto que la recepción oficial del ilustre visitante está prevista para las doce de la mañana. El Capitán había llegado el día anterior y se había alojado en la casa del Edil mayor.
De nuevo se formó el ayuntamiento del Concejo representado por todas las autoridades, Alguaciles, escribanos, contadores y homes buenos.
El Capitán de Cartagena Pedro Piña, precedía a un pequeño cortejo formado por cuatro soldados que le escoltaban. Se acercó a la mesa presidencial y depositó en la mesa un escrito lacrado en el que se podía apreciar el sello del Tribunal de los diputados generales de la Hermandad de los Reinos de Castilla y León.
A una indicación de Pedro Vargas, Corregidor de Chinchón, que presidía el acto, el militar tomó de nuevo los documentos, abrió el sello y comenzó a leer con voz pausada:
-" Nos, los Diputados generales de la Hermandad de los Reinos Generales de Castilla y de León, que aquí firmamos nuestros nombres por virtud de los poderes del Rey e Reina nuestros señores, e de la Diputación General de sus reinos, mandamos a vos Pedro Piña, Capitán de Cartagena, de la Hermandad, que prendades el cuerpo de Vasco de Contreras e le tomades la casa e fortalesa que tiene en el Cerro de Bayona, que es término de la Ciudad de Segovia..."
Realmente eran ciertos los temores del Alcalde. El asunto era de suma gravedad, puesto que conociendo a su amigo Vasco de Contreras, sabía que no se iba a entregar sin luchas hasta el final.
- " E le secuestrades todos sus bienes muebles e raises e semovientes -continuaba leyendo el capitán- e le tengades preso a buen recaudo e le non dedes suelto ni fiado sin nuestra licencia e mandado expreso e de los Diputados que residieren en el Reino de Toledo..."
Todos los asistentes se miraban entre sí temerosos de la repercusión que esta sentencia iba a tener para el Concejo. La prepotencia y altanería de Vasco de Contreras le hacían antipático ante sus convecinos, pero su poder les garantizaba la seguridad frente a cualquier amenaza de bandidos y señores de las tierras limítrofes.
- " Por ende, -y su voz se hizo más solemne- por virtud de dicho poderes vos mandamos que fagades e cumplades todo lo suso dicho según que en esta carta se contiene y si para lo faser e cumplir e executar, favor e ayuda ovieres menester, en nombre de su Alteza e de sus Reinos, por virtud de dichos poderes, mandamos a todos los Concejos, Justicias, Regidores, Caballeros e Escuderos, e Oficiales e Homes buenos, e a los Cuadrilleros e otros oficiales de la dicha Hermandad de todas las Ciudades y Villas e los Señoríos de dicha Hermandad que, luego que por vos fueran requeridos a voz de Hermanada, todos se junten con vos y con sus personas e armas os ayuden e favorezcan y den a vos todo el favor y la ayuda que les pidiéredes e menester oviéredes para lo faser e cumplir todo lo suso dicho en esta carta..."
Pedro Vargas iba analizando las alternativas que les dejaba aquel comunicado y ninguna de ellas le gustaba.

Acceder a lo que mandaba el alto Tribunal, no solo suponía un enfrentamiento que iba a ser cruento y que iba a enfrentar a personas que hasta ahora habían convivido pacíficamente, incluso que eran de la misma familia, sino que, además, nadie mejor que él sabía que era una tremenda injusticia, puesto que Vasco de Contreras siempre había servido fielmente a su rey y conocía que todo el proceso que se había seguido había estado promovido por el Arzobispo de Toledo que no olvidaba su humillación en la fortaleza de Perales de Tajuña.
Pero si se oponía a la petición expresa que les estaba haciendo el capitán, podría suponer represalias ahora difíciles de evaluar...
" Yo, Diego López de San Miguel, Secretario General de la Hermandad, lo fice escribir por mandato de los Diputados Generales a nueve días de octubre, año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil e cuatrocientos e setenta y nueve años."
Pedro Piña había terminado de leer el escrito que volvió a depositar delante del Corregidor de Chinchón.
- Os ruego señores que me presten toda su ayuda para poder cumplir con lo que me han ordenado.
-Debéis comprender, Señor Capitán, que todo lo que nos habéis comunicado nos ha dejado sorprendidos y perplejos, y que supone una grave alteración para la pacífica vida de nuestro pueblo. Por ello le rogamos nos permitáis un tiempo de deliberación, antes de tomar decisión alguna.
El Concejo reunido en ayuntamiento general inició el debate, pero en las dependencias de la Sacristía de la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia.
Se suscitó una gran polémica. Aunque la postura del Corregidor de oponerse a las órdenes del Tribunal era secundada por una mayoría, no faltaban las voces que presagiaban grandes calamidades para el pueblo si se oponían a la decisión de los nuevos monarcas que, al parecer, estaban dispuestos a mantener, a ultranza, su autoridad.
- Yo veo así la situación - y la voz del Alcalde Mayor sonó con rotundidad - Si secundamos la orden del Tribunal no vamos a convencer a Vasco de Contreras de que se entregue sin condiciones; por lo que es seguro que tendremos que luchar, y no olvidéis que será una lucha de hermanos contra hermanos, porque todos nosotros tenemos familiares que están a su lado.
Si nos oponemos, el Capitán tendrá que volver a Toledo e informar a los Diputados de la Hermandad de nuestra decisión. Aunque no les va a gustar, la situación política no está como para entablar un conflicto armado cuando todos los efectivos se están enviando a la lucha contra los moros.
Por otra parte, tendremos tiempo para convencer a Vasco de Contreras de que en el caso de que insistan en su decisión se entregue pacíficamente o en su caso se exilie voluntariamente para ahorrarnos el tener que luchar nosotros contra él.
Además, es una decisión soberana del Concejo, legalmente constituido, que considera que la decisión del Tribunal no es justa y está motivada por deseos bastardos de revancha. He dicho.
Esa misma tarde el pequeño cortejo del Capitán de Cartagena, enviado por el Tribunal de la Hermandad de los Reinos de Castilla y León partía hacía Toledo, con la negativa del Concejo de Chinchón a tomar parte en la detención de su convecino Vasco de Contreras.
Esta decisión causó gran escándalo en la Corte y algunos de los Diputados de la Hermandad reclamaron medidas expeditivas y disuasorias de conductas similares en el futuro. Pero el análisis del buen Corregidor de Chinchón había sido acertado: Los consejeros de los nuevos monarcas estimaron que no era el momento oportuno para crear un conflicto interno y dieron orden de "olvidarse" , por el momento, de Vasco de Contreras.
Pero esta decisión iba a influir en las medidas que tomaron los reyes en los meses siguientes.
Su objetivo primordial era el de fortalecer el poder de la Corona, debilitando las poderosas municipalidades, al mismo tiempo que poco a poco iban reduciendo el poderío de los magnates del reino.
Así en junio de 1480, tan sólo ocho meses después, deciden segregar las tierras de Chinchón de la Ciudad de Segovia. Con esta medida el Ayuntamiento de Ayuntamientos del territorio jurisdiccional de Segovia sufre un gravísimo quebranto.
Con esta medida se amplían las facultades de las justicias municipales que antes funcionaban sometidas y subordinadas a la superior de la Ciudad; pero, en cambio, los Concejos pierden su fuerza, robustez y vigor que les da la solidez intermunicipal en que venían desenvolviéndose y al debilitarse su vida local, se quebrantaban también las energías para la defensa de las libertades y franquicias locales.
Además con estas tierras segregadas se crea el Señorío de Chinchón y se ponen bajo la autoridad de los esposos Cabrera-Bobadilla, en reconocimiento de sus valiosos servicios y de una lealtad bien probada, y sin duda capaces de meter en cintura a esos insolentes ediles que habían osado oponerse a una decisión real.

FIN DE LA DRAMATIZACION HISTORICA

lunes, 4 de abril de 2011

VASCO DE CONTRERAS ¿TRUHAN O SEÑOR?. ENTREGA UNO

Ya os hable en alguna ocasión de un personaje de Chinchón, llamado Vasco de Contreras. (5 DE JULIO 2008) Hoy voy a volver a este personaje pero desde una óptica diferente: la dramatizacion histórica. Pertenece este relato al libro inédito "Chinchón Mágico". He procurado ser fiel a la historia que se inicia en el año 1464, cuando Chinchón rodavía pertenecía a la Ciudad de Segovia, pero he hecho una recreación dramática que espero os guste.

Este relato se centra en dos sesiones del Concejo de la Villa de Chinchón en el pórtico de la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia. El protagonista es un personaje singular del que los historiadores nos han dado diversas opiniones. Es a finales de la primavera del año 1464. Estamos en pleno reinado de don Enrique IV; en España los nobles y el clero se enfrentan por la sucesión al trono de Castilla por el que luchan Doña Juana "La Beltraneja" e Isabel que cinco años después se casará con Fernando, el príncipe de Aragón, mientras que en Chinchón se ocupan de las tareas rutinarias de la vida municipal...
En la organización de esta sociedad medieval nos encontramos con que la propiedad de las tierras de pan llevar, de los molinos de pan moler, y de las dehesas de pastos y de hierbales son de propiedad del Concejo, quien las arrienda para garantizar el suministro de pan y carne a la población. Asimismo es propietario de los molinos aceiteros y monopoliza la venta de los productos de primera necesidad para evitar el abuso de los intermediarios y sólo concede exclusivas a los que adquieren el compromiso de vender a precio justo. Asimismo el Concejo fija los sueldos y salarios, teniendo en cuenta la estacionalidad del año, marcando mayores sueldos para los meses de otoño e invierno dado que en esas épocas son mayores las necesidades.
Esta narración nos muestra la organización centralizada de la vida municipal, en la que la actividad privada está supeditada a una potente administración local que se encarga de proporcionar a sus súbditos no solo la protección contra los bandidos y los señores de los alrededores sino también todo lo necesario para la subsistencia, como el pan, el aceite, la carne e, incluso, el trabajo que les garantiza la supervivencia en los meses más difíciles del año.
Como es un poco largo, lo voy a publicar en dos entregas, y si no tenéis tiempo para leerlo ahora, dejadlo para la Semana Santa que está a la vuelta de la esquina.


Año 1464
Vasco de Contreras, ¿Truhán o Señor?
I

Las viejas campanas de la torre de la Iglesia de Santa María de Gracia se hicieron oír desde las primeras horas de la mañana. Hoy, a catorce días del mes de junio, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e cuatrocientos e sesenta y cuatro, como es costumbre en el Concejo de la Villa de Chinchón, se va a proceder a la subasta de las dehesas carniceras, sotos y pastos, propiedad del Concejo, entre los ganaderos de la Comarca.
Desde finales del mes de mayo, el pregonero mayor acompañado por el señor Alguacil del Concejo, había recorrido los vecinos pueblo de Bayona, Villaconejos y Valdelaguna anunciando la fecha del concurso de concesión de pastos y hierbales, que tendría una vigencia anual, iniciándose con la llegada del verano, en la Festividad de San Juan Bautista.
Desde muy de mañana los empleados del Concejo habían iniciado los preparativos en el pórtico de la Iglesia. Con las abundantes lluvias primaveras de este año, los pastizales aparecían feraces y se esperaba gran afluencia de litigantes.
Después de la controversia surgida el año anterior los ánimos de las buenas gentes del lugar estaban exaltados. Efectivamente, la concesión de los pastos que ahora estaban a punto de expirar había ocasionado a los homes buenos del concejo más quebraderos de cabeza que de costumbre. En la concesión se estipulaba taxativamente que el precio pagado obligaba al concesionario a garantizar el abastecimiento de carne a los habitantes del pueblo durante todo el año, a unos precios previamente establecidos.
Los ganaderos que conseguían la subasta iban reservando el ganado suficiente para garantizar el suministro y vendían en el mercado el resto de las reses a unos precios lógicamente superiores.
Pero ocurrió que Juan Sánchez de Villaconejos que había conseguido la concesión en subasta de los pastizales de la Dehesa del Valle, que eran los más codiciados por los ganaderos, después de haber hecho el cálculo de las necesidades de carne para el suministro del año, y haber procedido a la venta del resto del ganado, tuvo la desgracia de que su cabaña sufrió una epidemia de glosopeda, lo que le obligó a sacrificar a todos los animales y por lo tanto no pudo cumplir con su compromiso de abastecimiento de carne.
Aunque intentó comprar reses a los otros ganaderos aún a costa de perder dinero y era evidente que su incumplimiento había sido motivado por causas ajenas a su voluntad, y así lo estimaron los homes buenos, reunidos en concejo abierto, no falto quienes se encargaron de soliviantar los ánimos para conseguir ventaja en la adjudicación de ese año.
A las doce de la mañana tomaron asiento en la presidencia Diego González Fuente y Juan González Rivero, Alcaldes ordinarios de Chinchón; junto a ellos el Alguacil Mayor, los cuatro Jurados o Regidores y los dos Fieles o Contadores del Concejo.
El escribano inició la lectura pormenorizada de las distintas parcelas de pastos y hierbales que iban a ser objeto de subasta, los precios de salida y las condiciones de suministro de carne para el año siguiente.
El interés que este año había despertado la subasta de los pastos había dejado pequeña la capacidad del atrio por lo que los asistentes habían ido tomando posición a la sombra de los cipreses del Cementerio que circundaba la fachada sur del edificio de la Iglesia.
Un murmullo que provenía de una de las calles adyacentes hizo que el escribano detuviese su lectura. El Alguacil Mayor, a indicación de don Diego, el Alcalde, se levantó de su asiento y se dirigió a un grupo de personas que hacían intención de llegar hasta la puerta de la Iglesia.
El alguacil, como máximo representante de la Justicia, les hizo detenerse y después de hablar con el que parecía el Jefe de la comitiva, se dirigió de nuevo a la presidencia de la asamblea constituida.
En voz baja, situado detrás de los dos alcaldes, hizo una breve exposición de la situación:
- Se trata de Alfonso Pérez de Segovia, Guarda del Rey y Alcalde Mayor de Sexmo de Valdemoro, dice que se trata de un asunto de suma importancia...
- Dile que estamos reunidos en Ayuntamiento general y que después les recibiremos gustosos...
Como los dos alcaldes se habían vuelto para hablar con su Alguacil, no habían advertido que su visitante ya se encontraba frente a ellos.
- Es un asunto que no admite dilación y el Guarda del Rey nuestro Señor Enrique IV no puede ser postergado por asuntos triviales de administración ordinaria.
Diego González, el Alcalde, contuvo con su mano izquierda a su compañero que había hecho intención de abalanzarse hacia el intempestivo visitante.
-Tranquilo, Juan, - dijo con voz pausada - nuestro ilustre visitante y colega de Valdemoro, debe traernos un asunto de suma urgencia, vamos a escucharle y después continuaremos con nuestros asuntos domésticos.
Después se levantó. Como estaba sobre la tarima sobre la que descansaba la mesa presidencial, la cabeza del visitante quedó a la altura de su pecho. Inclinando la cabeza le miró fijamente a los ojos, dejó pasar unos segundos, extendió su mano derecha, y con la misma voz pausada pero elevando el tono, para ser oído por todos los reunidos, continuó:
- En nombre de todo el Concejo de Chinchón que se encuentra ahora reunido en Ayuntamiento general, quiero dar la bienvenida a nuestro ilustre visitante don Alfonso Pérez de Segovia, Guarda de nuestro señor el rey Enrique y Alcalde Mayor del Sexmo de Valdemoro... ¿ Cual es ese asunto tan importante que no admite espera ?
- Como Vos bien sabéis es nuestra principal misión el velar por la seguridad de nuestros conciudadanos, de sus cuerpos y de sus propiedades, y nos vemos en la obligación de poner en el conocimiento de ustedes que un miembro de esta comunidad está cometiendo toda clase de fechorías en el Sexmo de Valdemoro que me honro en presidir.
- Graves son vuestras acusaciones, sin duda. ¿Cual es el nombre del acusado y cuáles son las pruebas que podéis presentar de sus delitos?
- ¡Vasco de Contreras! y me acompañan testigos que pueden dar fe de todo lo que voy a exponer.
- ¿Vasco de Contreras? Debéis saber que es un noble hidalgo, respetado y querido por todos nosotros y que además goza de la amistad y el favor de nuestro querido Rey Enrique IV, a quien, en diversas ocasiones, ha brindado sus lanzas y su ayuda. Por lo tanto, os ruego que no hagáis acusaciones que después no podáis demostrar.

El nombre de Vasco de Contreras levantó un gran murmullo entre todos los reunidos. Todos ellos le conocían. Algunos les apreciaban y los más le temían. Su carácter hosco y su actitud desafiante le hacían merecedor de respeto aunque no de simpatía entre sus paisanos. Aunque tenía su casa solariega en el pueblo, la mayoría del tiempo lo pasaba en el castillo que había fundado su padre, dedicado a la caza y al cultivo de sus tierras, cuando no estaba inmerso en sus frecuentes correrías guerreras, la mayoría de las veces a petición del mismo rey.
- Desde el Castillo de Casasola, que fundó su padre Juan de Contreras "el Viejo", ha organizado incursiones para apoderarse del soto de las Arenas, así como una cierta parte de los Condonares y se ha adueñado de unas tierras en la ribera del Jarama, en el término de Seseña que son propiedad de Juan del Busto...
- Me alegro de que haga mención al Castillo de Casasola. Cuando Juan de Contreras, allá por el año 1449, mandó levantar ese castillo roquero, hubo gran controversia si tenía o no derecho a hacerlo. Fueron muchas las acusaciones que los vecinos de Bayona, Valdemoro, Seseña, Morata e incluso de Chinchón, hicieron contra él, alegando que se había adueñado de tierras que no le pertenecían. Después se demostró que la mayor parte de estas acusaciones las habían promovido los que acostumbraban a utilizar esas tierras para cazar y aprovecharse de sus cultivos antes de que estas tierras fuesen valladas y defendidas por los torreones de la fortaleza.
El Alcalde del Sexmo de Valdemoro, depositó sobre la mesa un legajo de papeles...
- Aquí están pormenorizadas y firmadas todas las acusaciones que nos han llegado contra Vasco de Contreras. Solicitamos de Vds. las estudien, las comprueben y tomen las medidas necesarias para restituir las tierras a sus verdaderos propietarios...
Hizo una pausa, elevó su voz y procuró dulcificar el tono para desdramatizar la amenaza:
- En caso contrario nos veríamos obligados a hacer llegar hasta las más altas instancias estas demandas.
Los murmullos de los asistentes habían ido creciendo en intensidad. Cada cual iba tomando partido, aunque todos con las oportunas reservas.
Desde el fondo del camposanto alguien gritó:
- ¡Es un infundio!, no podemos consentir que vengan forasteros a denigrar a uno de nuestros más ilustres señores.
- ¡ Fuera ! - gritaron otros a coro.
- ¡Tienen razón los de Valdemoro! - dijo alguien, aunque su voz apenas llegó a terminar la frase.
Diego González, el Alcalde Mayor, ya tenía experiencia en situaciones similares y contuvo al Alguacil que hacía intención de intervenir dirigiéndose a donde habían surgido las voces.
- ¡ Calma ! ¡ Silencio ! - Levantó el brazo derecho, mientras que con el bastón de mando en la mano izquierda golpeaba la tarima con golpes secos y acompasados, hasta que se apagaron todas las voces.
- Es de todos conocida nuestra imparcialidad y nuestra rigurosidad a la hora de afrontar los temas que afectan a la seguridad y al buen orden de nuestra jurisdicción. Desde aquí prometemos a todos que vamos a investigar estas acusaciones y haremos justicia.
De nuevo levantó la mano derecha para acallar un conato de intervención de su visitante.

- Vos, Don Alfonso Pérez de Segovia, conocéis bien que siempre hemos estado al lado de los débiles cuando se trataba de salvaguardar los derechos contra los poderosos. Recordar, si no, cuando por ahora hace siete años, conseguí reclamar ante el Concejo de Concejos de la Ciudad de Segovia, presidido por el Corregidor Juan de Zúñiga, la petición del Sexmo de Valdemoro de que el Rey nuestro Señor, interviniese para evitar los abusos de poder del Arzobispo de Toledo.
Efectivamente, el día 11 de Junio de 1457, Diego González de la Fuente, acompañado por Alfonso García Merinero, vecino de Chinchón y Juan Sánchez, hijo de Juan Antonio, vecino de Bayona en representación del Sexmo de Valdemoro, consiguen que todos los homes buenos del Ayuntamiento de los pueblos de la Ciudad de Segovia y su tierra, estando ayuntados a pueblo general en el Monasterio de San Francisco de la Ciudad de Ávila, según era uso y costumbre de juntarse, dirijan un escrito a Enrique IV para que intervenga personalmente en un conflicto planteado por el Arzobispo de Toledo D. Alfonso Carrillo. Este era, por entonces, enemigo político de Enrique IV. El Concejo Chinchón no estaba bajo su jurisdicción por pertenecer a Segovia, mientras que los Concejos de Valdemoro, Morata de Tajuña y Perales si lo estaban por ser de la jurisdicción de Alcalá de Henares.
El Arzobispo de Toledo envía a sus jueces eclesiásticos para intimidar a los moradores de estas tierras con el fin de hacerles la vida imposible, amenazándoles incluso con la excomunión y así anexionarse más tierras a su jurisdicción.
En esta petición se ruega, incluso, que el Rey suplique al Santo Padre su intervención nombrando buenos jueces que hagan entrar en razón al Arzobispo de Toledo.
No sabían entonces los allí reunidos que estos acontecimientos que se han relatado pudieron contribuir a que un año después, en el 1465, Alfonso Carrillo, el Arzobispo de Toledo, se opusiese formalmente al Rey de Castilla, despojando de su corona la estatua del Rey en Ávila.
Cuando la comitiva de los inesperados visitantes se perdió por la calle que les llevaría camino de su pueblo, ya casi nadie atendía la monótona lectura del escribano que dio paso a las pujas de los litigantes. Aquella tarde, en todo el Concejo de Chinchón sólo se oía decir un nombre: Vasco de Contreras.

FIN DE LA PRIMERA ENTRGA

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